No le molestéis. Es el perro de don Bosco
Las tardes en que no iba acompañado de nadie, tan pronto como dejaba atrás las
últimas edificaciones veía aparecer al Gris por un lado del camino. Muchas veces los
jóvenes del Oratorio pudieron verlo, y hasta en una ocasión les sirvió de
entretenimiento. Efectivamente, en cierta ocasión vieron entrar un perro en el patio.
Unos querían golpearle y otros estaban a punto de emprenderla a pedradas contra él.
-No le molestéis -dijo Buzzetti-. Es el perro de don Bosco.
Entonces todos se pusieron a acariciarle de mil modos y lo acompañaron hasta el
comedor, donde estaba yo con algunos clérigos y sacerdotes y con mi madre. Ante la
inesperada visita, quedaron todos estupefactos.
-No tengáis miedo -les dije-, es mi Gris; dejadlo que se acerque.
En efecto, después de dar una vuelta a la mesa, se puso a mi lado muy contento.
Yo lo acaricié y le ofrecí comida, pan y cocido; pero él rehusó. Aún más, ni siquiera
quiso olfatearlo.
-Entonces, ¿qué quieres? -le dije.
El se limitó a sacudir las orejas y mover la cola.
-Come o bebe, o estate quieto -concluí.
Continuó entonces sus muestras de complacencia y apoyó la cabeza sobre mis
rodillas, como si quisiera hablarme y darme las buenas noches; después, con gran
sorpresa y no poca alegría, los chicos lo acompañaron fuera. Recuerdo que aquella
noche había llegado yo tarde a casa y que un amigo me había traído en su coche.
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