Ya no estaba el perro
La última vez que vi al Gris fue el año 1866, cuando desde Morialdo iba a
Moncucco, a casa de Luis Moglia, mi amigo [cf. Cronología, año 1828]. Como el
párroco de Buttigliera me hubiese entretenido, se me hizo tarde y la noche me
sorprendió en camino.
-¡Oh, si estuviese aquí mi Gris! -pensé para mí-. ¡Qué bien me vendría!
Dicho esto, subí a un prado para gozar del último rayo de luz. En aquel momento
preciso apareció el Gris entre grandes muestras de alegría y me acompañó el trecho de
camino que me quedaba, unos tres kilómetros. Llegado a casa de mi amigo, que me
estaba esperando, me advirtieron que diera una vuelta para que mi perro no se peleara
con dos grandes perros de la casa.
-Se harían pedazos, entre ellos -dijo Moglia.
Hablé con toda la familia, fuimos después a cenar, y a mi compañero se le dejó
descansar en un rincón de la sala. Terminada la cena, dijo mi amigo:
-Habrá que dar de cenar a tu perro.
Tomó algo de comida, se la llevó, pero no lo encontró, por más que lo buscó en
todos los rincones de la sala y de la casa. Todos quedaron asombrados, porque no se
había abierto ni la puerta ni la ventana, ni los perros de la casa habían dado la menor
alarma. Se repitieron las pesquisas por las habitaciones superiores, pero nadie pudo
encontrarlo.
Esta es la última noticia que tuve del perro, animal que ha sido objeto de tantas
preguntas y de tantas discusiones. Yo nunca pude conocer el dueño. Sólo sé que aquel
animal fue para mí una auténtica providencia en los muchos peligros en que me
encontré.